(García Lorca, Federico, “El beso”, 1927)

EDUCAR A FLOR DE PIEL

El acceso a la cultura como contenido pedagógico de cuidado en la primera infancia. (de 0 a 3 años)

El cuidado como categoría de análisis es una idea potente y susceptible de ser estudiada desde diversas perspectivas. Pero hay algo imprescindible, inherente a la condición humana y es la característica que nos diferencia y nos define: al nacer, necesitamos del cuidado de otro para sobrevivir.

  ¿De qué manera bienvenimos a los humanos que llegan a este mundo? ¿Apresuradamente o con calma? ¿Pensamos los espacios para recibirlos? ¿Queremos darles cobijo y sostén en su camino de infancia o pretendemos que sean “autónomos e independientes” desde que nacen? ¿Les cantamos nanas? ¿Les leemos poesías? ¿Los acunamos, mecemos, abrazamos? ¿Les mostramos el verde circundante de nuestra madre tierra y sus aromas? ¿Permitimos que disfruten, que se expresen? ¿Los acompañamos en su crecimiento?

   Obsérvese que tenemos en nuestras manos la imprescindible e importante tarea de recibir a los recién llegados. Estos bebés, niños y niñas tienen el derecho a conocer el mundo que los aloja. ¿De qué manera lo hacemos, para qué y cómo? Esa es nuestra tarea que se circunscribe en un quehacer sistemático y reflexivo.

  Se parte de entender que CUIDAR en la primera infancia es EDUCAR. Con esto, se consideran a los cuidados brindados en la primera infancia en contextos educativos, como sinónimo de educación, es decir, como contenido pedagógico enseñable y planificable. Se puede cuidar de diversas maneras con sentido pedagógico: asistiendo necesidades físicas y emocionales, por ejemplo, pero, en este caso, se tomarán en cuenta a los cuidados, como garantía verosímil y efectiva del derecho de las infancias de acceder a la cultura. Así, esta propuesta se convierte en un modo posible de “cuidar la cultura”, siendo los educadores los andamios para abrir puertas y mostrar el mundo a los bebés, nenes y nenas del jardín maternal.

  Para reflexionar un tanto más, quisiera agregar que considerar el acceso a la cultura como contenido pedagógico es un derecho imprescindible, irrevocable, irrenunciable y obligatorio para ser brindado a las infancias, y como una obligación moral, ética y profesional de los educadores para ser guías en ese recorrido. Por ello conlleva tanta relevancia como política pública de Estado. En este caso, es interesante destacar el aporte de la Observación n°7: 

En la primera infancia no podemos hablar de educar sin cuidar y de cuidar sin educar, son prácticas sociales inseparables, aunque en los últimos años, en el campo de las políticas públicas, parece haberse reactivado un antiguo debate que las oponía. Con los años, la oposición entre cuidado y educación pudo disolverse, entendiéndose que el cuidado, es una ética que debe atravesar todas las prácticas y las relaciones humanas, y que involucra cuatro elementos indispensables e indicadores: responsabilidad, capacidad de respuesta, competencia e integridad. (Observación n°7:3)

Educar y cuidar se han manifestado en la historia en una tensión controvertida y dicotómica. Lo cierto es que educar y cuidar resultan enlazados, correlativos e incluso inherentes a la actividad educativa de la educación inicial. Son diversas las aristas que pueden analizarse extensamente en torno a esta perspectiva de análisis, pero en este caso, sólo esbozaré algunas cuestiones.

 La labor fundamental del docente es maternar y esto implica una disposición personal que no puede enseñarse teóricamente, sino que requiere de una formación que revise y construya un “saber hacer”. Las capacidades más importantes a cultivar en este rol son la sensibilidad hacia las necesidades del niño, la posibilidad de poner el propio cuerpo y la propia subjetividad al servicio del acompañamiento del niño, el acompañamiento del infante hacia la humanización y la vinculación con la vida (Ospina Tascon, et.al., 2018)

Educar es cuidar porque con el abrigo de la piel, las miradas, la contención, la asistencia a las necesidades físicas y la oportunidad sistemática y reflexiva de pensar y decidir sobre el quehacer pedagógico, se consolidan las funciones sociales y pedagógicas de brindar acceso a la cultura a los alumnos y alumnas; y cuidar es educar porque cuidando se enseña a brindar tiempo, dedicación y modos de empatizar con la otredad en los modos que el sujeto lo requiera y desee, como valor universal, entre todos: docentes, alumnos y familias. Los modos de cuidar son un componente cultural que difiere entre las diversas culturas, es decir, a cuidar, se enseña y se aprende.

Brindar la posibilidad de acceder a la cultura implica ofrecer oportunidades de conocer y explorar el mundo circundante a través de las diversas disciplinas teóricas y artísticas, pero a su vez, convidar herramientas para descubrir las habilidades propias de cada alumno o alumna y fomentar valores humanizadores de respeto por las subjetividades.

   En las salas de la primera infancia (jardín maternal), el educador o educadora se ofrecen como figuras de abrigo y contención. Es pertinente, en esta instancia, retomar las palabras de Brailovsky, Daniel (2020):

El bebé no sabe que es alumno: vive su mundo desde la tibia frontera de la piel y se encuentra con objetos, palabras, sonidos, miradas, posturas, bajo el cuidado atento y dedicado de sus docentes, que lo acompañan desde su meditada sensibilidad y también desde sus saberes acerca de los bebés y acerca del mundo al que se incorporan, que está hecho asimismo de objetos, palabras, sonidos, miradas, posturas. (p.75)

  Ese bagaje de sucesos en el contexto educativo, son el bienvenir para construir sentidos sobre las cosas del mundo; y las y los docentes de la primera infancia son el andamio entre el bebé y el mundo exterior. Este mundo exterior que puede ser leído, degustado, escuchado, sentido y percibido a través de la cotidianidad, la kinestesia, la música, la literatura y que a su vez se cuelan en cantos de tradición oral y arrullos con el cuerpo, habilitando el juego, los diálogos subjetivantes con balbuceos y gorjeos, llantos y sonrisas, el maternés como diálogo del educador con el bebé y el “lecturar” de María Emilia López (2021) que sugiere a los educadores como mediadores de la lectura a través del verbo leer y el verbo amar. Cuidar y educar son hilos del mismo entramado.

En este sentido, Urcola, et al. (2018) dicen: 

 Desde una mirada multidimensional, el ambiente se constituye en un nido cultural y vincular, en tanto envuelve al niño, lo contiene, lo abriga y al mismo tiempo permite que se ensanchen los límites de su universo cultural, implicándolo al docente en tanto constructor. (p.54)

Entonces, al cuidar estamos transmitiendo cultura. Al permitirles a bebés, niñas y niños tener la oportunidad de escuchar música, sonidos del ambiente, al permitirles leer, imaginar, escuchar historias y narraciones, al poder plasmar de manera gráfica su expresión, al bailar, etc. Cuando elegimos sistemáticamente, de manera criteriosa y con sentido pedagógico el universo cultural que le acercamos a nuestros alumnos y alumnas, estamos cuidando el acervo cultural histórico y contemporáneo: estamos educando. El punto es resignificar el cuidado y la educación como prácticas sociales y políticas inseparables en favor de los derechos de las infancias. Al decir de Fairstein y Mayol Lasalle (2022):

   En muchas ocasiones, la atención a la primera infancia continúa apareciendo asociada a políticas públicas y prácticas institucionales enfocadas solamente en responder a sus necesidades básicas, a lo sumo con el agregado de algunas actividades de estimulación temprana o de juego y movimiento, pero sin que se advierta su sentido pedagógico y la importancia de proteger y promover el derecho a la educación desde el nacimiento. Este reconocimiento es central para la realización de la infancia, dado que la educación es no sólo un derecho, sino también una herramienta potente para la consecución de otros derechos. (p.64)

   Finalmente, quisiera concluir con que la tarea de educar implica comprometerse en la construcción de la subjetividad del otro a través de la corporalidad, el respeto por su otredad en toda su complejidad y la responsabilidad de ser puerta de acceso a la cultura a través de la sistematicidad pedagógico-didáctica. Estas acciones propias de la enseñanza se reúnen en el deseo, la responsabilidad y el compromiso de cuidar a las infancias.

Bibliografía:

• Brailovsky, Daniel (2020) “Pedagogía del nivel inicial. Mirar el mundo desde el jardín de infantes.” Ed. Novedades Educativas, Buenos Aires, Argentina.

• Fairstein, G. y Mayol Lasalle, M. (2022) “Educación y cuidado en la primera infancia. Pedagogía desde el jardín maternal.” Paidós. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

• López, María Emilia (2021) “Nidos de lecturas: desde la cuna”. Ministerio de Educación de la Nación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

• Observación n°7. Disponible en: Refworld | Observación general Nº 7 (2005): Realización de los derechos del niño en la primera infancia.

• Ospina Tascón Vivian Lissette y otros. (2018) “El rol del educador del nivel maternal. Tensiones y debates.” Cali: Universidad Bonaventuriana. Colombia.

• Urcola, Diana; Kac, Mónica y Candia, María René (2018) “El ambiente en el jardín maternal: un lugar donde el enseñar y el aprender se hacen jugar”. NOVEDUC. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

EDUCAR A FLOR DE PIEL | Lic. María Agustina Lisa