Cuando Patricia Valli libera a los colores del peligro de su ajustada literalidad, también nos libera la mirada que tenemos sobre las cosas del mundo. Pinta respirando hondo en el paisaje, “Casa Jardín” es prueba de esto. Trabaja con lo que nos salva cotidianamente, los recodos del mundo vegetal que nutre, ese que comemos en cada alimento y nos vuelve parte de la vida de cada día, sucede en «Jardines de octubre».
Detiene el tiempo en la infusión de la tarde, la soda antes de cenar, el chocolate con galletitas, la limonada, el mate como en «Celebrada” . Porque aunque no nos veamos en sus obras, cada quién es trasladado desde su pintura, a imágenes mentales de sus propios ritos de calma y “alimentación”. Parece que va andando entre pausas: absorbe cada entorno, toma sus formas, tonos y fuerzas y las reimagina en “Serie Árboles” y “Entre cielos”. Nos alienta a ensayar en nuestro imaginario, unas organizaciones nuevas en estos sentidos, sobre los tránsitos diarios que caminamos y las atmósferas que integramos en casa, en las otras casas que visitamos en lugares nuevos o conocidos.
Para compartir esas transformaciones entre las infancias que acompañamos. Ese mirar de otro modo desajustando lo esperado para dar lugar a crear algo deseado o inesperado, en todo caso, va más allá del límite de lo que parece verse o suceder. Ejercicios que habilitan a otras posibilidades y decisiones.