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WARISATA

La casa de todos

Autoría: Eugenia García Bustios

Aunque los unía el mismo sueño, seguramente no imaginaron entonces que, al cabo de pocos años, la escuela que fundaban se convertiría, con ellos al frente y la entusiasta participación de las comunidades aimaras, en la mayor y más innovadora experiencia latinoamericana en educación rural.

Hace casi 90 años, al atardecer del 2 de agosto de 1931, el indígena aimara Avelino Siñani y el profesor Elizardo Pérez se estrechaban en un abrazo jubiloso; había concluido la faena comunal en la que se aprobó la construcción del local de una escuela para niños y niñas en el ayllu de Warisata, a 106 kilómetros de la ciudad de La Paz, la única comunidad originaria situada entre el lago Titicaca y la cordillera de los Andes, pues el resto eran haciendas latifundistas.

Aunque los unía el mismo sueño, seguramente no imaginaron entonces que, al cabo de pocos años, la escuela que fundaban se convertiría, con ellos al frente y la entusiasta participación de las comunidades aimaras, en la mayor y más innovadora experiencia latinoamericana en educación rural.

Mientras la construcción avanzaba, también lo hacían las labores escolares, con una población dispuesta a dividir su tiempo entre el estudio y el trabajo. Para diciembre de 1931, el primer pabellón estaba techado y a fines de 1932 la escuela contaba con dormitorios, salones de clases, oficinas, almacenes, talleres, comedor, cocina y baños, además de dos casitas para profesores, el pabellón México y las estructuras de los pabellones Perú y Colombia — uno con estilo occidental y otro neo tiawanakota—.

La escuela tenía cinco secciones: Jardín Infantil, Elemental, Vocacional, Profesional y Normal, y su currícula buscaba integrar a los alumnos atendiendo a sus capacidades físicas e intelectuales, que los profesores debían desarrollar de forma individualizada en el trabajo productivo comunitario y colectivo, mientras impartían las asignaturas corrientes de la época. La comunidad escolar estaba integrada por maestros, amautas, niñas, niños, jóvenes, abuelas, abuelos, madres y padres, y sus actividades educativas estaban vinculadas a la vida, el trabajo y la producción.

De modo por completo revolucionario para la época, Warisata suprimió los exámenes por materias, flexibilizó horarios, redujo el tiempo de escolaridad y la carga curricular, impulsó la coeducación mixta sin distinción de sexos, e impulsó el desarrollo de cualidades artísticas y psicomotoras mediante la plástica, la música y la educación física, asunto muy poco entendido por la docencia boliviana incluso al día de hoy.

Participantes estudiando teoría y práctica. A la derecha, Elizardo Pérez con un representante de la comunidad. Foto: Carlos Salazar Mostajo

«En Warisata la educación fue un derecho de toda la población, en todos los aspectos de su vida y desarrollo, proceso transformador que no sólo expresó el vigor de una clase oprimida, sino la revolución de su propio ambiente cultural, al poner en tela de juicio conceptos y valores impuestos por las clases dominantes».

Mucho más que educación

Pero la escuela ayllu no sólo fue una audaz respuesta educativa en favor de las comunidades indígenas, sino un modelo de lucha contra el sometimiento, la exclusión y la explotación.

Sus fundamentos políticos eran una declaración de guerra al pongueaje —una forma feudal de sujeción de los campesinos indígenas abusiva y casi absoluta—, pues la educación en Warisata enarboló el principio de la libertad, generando una conciencia libertaria y un movimiento social de liberación.

En lo sociológico, la nueva escuela recuperó dos instituciones ancestrales: el ayni o intercambio mutuo, y la mink’a, o colaboración en jornales o materiales; mientras, en lo cultural, revalorizó la identidad propia, a fin de fortalecerla en toda la comunidad educativa, activar su conciencia crítica, practicar los valores comunitarios del ayllu y promover una escuela basada en los valores de la cosmovisión indígena.

Y si en lo pedagógico promovió la educación única, laica y bilingüe, fundada en la articulación de territorio, trabajo y organización comunal, en lo económico destacó como una escuela productiva, basada en la agricultura, la ganadería, y sus talleres de carpintería, alfarería, tejido y otros. Aplicando el modelo del ayllu, Warisata se autoabastecía y no tenía casi necesidad de la ayuda del Estado, y así llegó a mantener con sus propios recursos a más de 200 niños internos de ambos sexos.

Con estos fundamentos, la escuela ayllu se elevó por sí sola a alturas inimaginables, pero despertó también la suspicacia y el encono de la feudal burguesía, que olfateaba detrás de la exitosa experiencia educativa el peligro de la rebelión indígena. En el fondo, estaba planteado el problema del trabajo, que en el contexto de la hacienda feudal tenía connotaciones serviles, pero en la escuela ayllu surgía como factor de emancipación individual y colectiva.

 

Una concepción integral

Warisata puso en práctica por primera vez los principios de la lógica andina, como la complementariedad, la liberación, solidaridad, reciprocidad, intercambio cultural, producción sustentable en armonía con la Madre Tierra, revalorización de la identidad cultural y organización comunal a través del parlamento amauta ulaka, una institución ancestral de organización y gobierno del ayllu.

La ulaka vinculaba la educación a la organización política y social, pues no sólo representaba el gobierno de la comunidad sobre la escuela, sino el ejercicio pleno de los derechos indígenas, en unidad de pensamiento y acción, para que, sin necesidad de agentes externos, emprendieran la búsqueda de su destino histórico.

En Warisata la educación fue un derecho de toda la población, en todos los aspectos de su vida y desarrollo, proceso transformador que no sólo expresó el vigor de una clase oprimida, sino la revolución de su propio ambiente cultural, al poner en tela de juicio conceptos y valores impuestos por las clases dominantes.

En términos pedagógicos, la escuela ayllu implicó una concepción integral de estudio, producción y trabajo. Se trataba, en realidad, de una coeducación, sin distinción de géneros y en todas las etapas de su currícula: transformaba al indígena desde su infancia y su medio social, con la alfabetización y la evolución de su estructura social, para lo cual unía la enseñanza teórica con la práctica.

La Escuela Ayllu no educaba pongos ni sirvientes; buscaba liberar y entregar a los indígenas la posibilidad de liberarse a sí mismos, devolviéndoles el derecho a hablar y pensar, que le habían sido confiscados durante siglos de servidumbre y sometimiento.

 

Entre la gloria y la muerte

El conflicto de la Guerra del Chaco acarreó el dramático encuentro entre las clases medias intelectuales y el mundo indígena; fue allí que el problema del indio encarnó en la pequeña burguesía citadina, porque vio de cerca a los oprimidos del campo, sufriendo lado a lado los terrores de la guerra y el drama de la muerte, lo que le permitió percibir la realidad de aquellos seres que acudían a defender un país que nunca los había reconocido como parte suya.

Con la sangre de la guerra aún empapada en su espíritu, Elizardo Pérez y otros maestros buscaron tender puentes con los indígenas habitantes del altiplano, y reestablecer la confianza entre ambos mundos. El proyecto de Warisata hizo posible que los indígenas observaran en el otro —el intelectual citadino— una adhesión y compromiso legítimos, y juntos pudieron construir, cada uno dándole a la escuela lo que podía darle y, por tanto, dándole a la vivencia de la comunidad un sentido de construcción colectiva que interpelaba al conjunto de la nación.

La clase terrateniente, dueña del poder del Estado junto a la rosca minera, miraba con recelo los avances de esta escuela que se irradiaba sin cesar al resto del país. Warisata era la taika (madre), y de ella nacieron 16 núcleos —en Sucre, San Miguel, Chapare, San Antonio de Parapetí, Beni y Caisa, Potosí—, que se irradiaron a 36 escuelas. La escuela ayllu fue concebida tan acertadamente, que el sabio americano Frank Tanenbau, de la Universidad de Columbia, tras visitar las escuelas de México, Guatemala, Ecuador y Perú, no pudo menos que reconocer a Warisata como la universidad indígena a ser tomada como modelo por todos los pueblos indoamericanos.

En 1940, mientras en México se admiraba los avances de Bolivia, en el Primer Congreso Indigenista Interamericano, desde la misma patria de origen, tras la caída del presidente Germán Busch, la rosca minero feudal arremetió brutalmente contra los núcleos indigenales: sus directores fueron destituidos, las escuelas saqueadas, los estudiantes perseguidos y, lo más atroz, 300 alumnos fueron asesinados en el núcleo de Casarabe, con el pretexto de que las escuelas eran “células comunistas”.

La escuela ayllu había resistido el embate permanente de los latifundistas durante nueve años y pudo avanzar mientras contó con algún soporte gubernamental y el reconocimiento internacional, pero su destino quedó truncado y sus instalaciones gradualmente desmanteladas hasta quedar inutilizables. Hoy las ruinas de la escuela ayllu –ya restauradas- perviven desafiantes, pues el esfuerzo de sus constructores ha quedado plasmado y aún se siente en sus murales, sus tallados y en los orgullosos rostros de sus habitantes.

¡Warisat wawan chcha-mapa. Takke jakken utapa!
¡El esfuerzo de los hijos de Warisata. La casa de todos!

Bibliografía

  • Perez, Elizardo (1963). Warisata la Escuela Ayllu. Empresa Industrial Gráfica E. Burillo, La Paz Bolivia. Salazar Montajo, Carlos.
  • Warisata mia. Librería Editorial Juventud, La Paz Bolivia.

Fotografía de portada:
Del libro Warisata, la escuela ayllu. Elizardo Perez, 2013

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