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Defender el orgullo del ser docente como agente político

Lic. Cintia Fernández

Reconocerse agente político siendo docente de infancias es un
desafío desde siempre. Hoy, la realidad le da otro significado a esa
manera de pensarnos y le plantea un desafío mayor: el de defender
orgullosamente ese lugar ante los ataques de quienes pretenden
teñir de adoctrinamiento un posicionamiento ético-político que
permite día a día, acompañar el ejercicio de la ciudadanía de miles
de niñeces que habitan los espacios de aprendizaje.

Asistimos con tristeza, enojo, indignación (pero jamás resignación) a un momento
histórico en que se está poniendo en duda el lugar que los y las docentes tenemos
más allá de lo estrictamente curricular, más allá de aquello que enseñamos en las
salas de jardín de infantes o en las aulas. O, en verdad, aquello que en lo curricular
subyace como convicción constituyente del ser docente y del acto educativo.
Sostener hoy este bastión Freireano que afirma que toda educación es política, es,
en algunos casos, buscar problemas. Para los valientes, es un desafío de esta
época mantenerse firme en esta certeza que llena de sentido lo que hacemos cada
vez que nos ponemos el delantal. La sombra de dolorosas consecuencias hacia
quienes defendieron sus convicciones no nos abandona y hay algo del “no te metas”
del reproche a la ideas firmes, que en algunos momentos parece querer colarse
poniendo un freno a nuestras palabras, a nuestros gestos, a esa certeza que tiñe
las decisiones pedagógicas con los colores de la -verdadera- libertad, de la
emancipación, del ejercicio de la ciudadanía y el acompañamiento en el ejercicio de
los derechos de las infancias.

Desde una clara intención de lograr que abandonemos este posicionamiento que
hace que nos reconozcamos orgullosamente agentes políticos o que persigue el
objetivo de disolver la convicción constitutiva del educar, comienzan a circular cada
vez con mayor fuerza, de manera desmedida, injustificada, irracional, cruel y
odiadora discursos acusatorios que vinculan el posicionamiento político-pedagógico
con una especie de afrenta criminal que algunos docentes emprendemos en contra
de los y las estudiantes. Se ha producido un movimiento cada vez más explícito
hacia formas diversas de acusar el posicionamiento ético y político de les docentes
(esencia misma de nuestra profesión) de adoctrinamiento. Este no es un movimiento
inocente y mucho menos inocuo: esconde una búsqueda profunda y con fines
determinados de vaciar la escuela de aquello que la empodera, esto es, que
docentes reconozcan y asuman que su rol en la vida de sus estudiantes, las huellas
que dejan, las intervenciones que realizan tienen que ver con constituirse,
orgullosamente, como agentes políticos.

Corremos el grave riesgo de dejarnos licuar las convicciones y es momento de estar
atentos, desde un llamado profundo y urgente a la conciencia para defender y
asegurar el mundo de posibilidades que abre la maravillosa certeza de sabernos más que meros                                        ejecutores de un programa de enseñanza, más que aplicadores con
una lógica mecanicista. Ser agente del Estado, ser docente, implica hacer posible
cada día, el acercar políticas educativas (y dentro de ellas, muchas otras políticas
públicas que sin la escuela no llegarían a sus destinatarios) a aquellos para quienes
fueron pensadas. En la medida que nuestra convicción se rebele ante el destino
señalado, en la medida que no dejemos que se licuen las convicciones, podemos
salirnos de la mirada del ser docente como un actor pasivo que asocia el
posicionamiento político a una actitud cuasi delincuente y empezar a pensar en
cómo nuestras acciones son hacedoras de otros destinos posibles, posibilitadoras
de un proyecto de vida más justo para nuestros alumnos y nuestras alumnas

Como un río subterráneo que nos recorre, pero que también nos sostiene, el
reconocernos garantes de derecho y agentes políticos implica una urgencia.
Necesitamos volver a reconocernos mano del estado para las infancias, sabernos
autores materiales de la justicia social, reconocernos orgullosamente
materializadores de las políticas de atención y educación de la primera infancia,
volver a grabar en nuestro quehacer que educación y cuidado coexisten y se
otorgan sentido mutuamente. Aún con un Estado ausente, aún con la cruel
inmoralidad de quienes celebran el sálvese quien pueda . Es imperante, urgente,
traer el estado a cada rincón, aún cuando lo que queda del Estado se desvanece.
Tenemos sus huellas en nuestras biografías, sabemos hacerlo.

Nos quedan trincheras desde donde dar pelea: el diseño curricular como carta de
derechos -tal como lo nombra la directora de Nivel Inicial de la provincia de Buenos
Aires Patricia Redondo- las legislaciones que protegen a las infancias que tantos
años de lucha han requerido, nos tenemos mutuamente: compañeros y compañeras
de lucha en esta defensa del rol docente como garantes de derechos.
Sostengamonos firmemente de lo que aún queda en pie. Y cuando no haya nada
más a lo cual aferrarnos, aún tendremos una certeza infinita, inquebrantable: somos
docentes, amamos a las infancias, creemos en lo que nuestro paso por sus vidas
puede hacer y dentro de nuestras aulas la magia sucederá. En cada juego que
permita pensar y descubrir el mundo tal como es e imaginar un mundo de fantasía;
En cada saludo a la bandera y en cada acuerdo de convivencia construido entre
todos; En cada libro que abramos y nos cobije la magia de las palabras hechas literatura;                                                                  en cada problema matemático que haga del aprendizaje de conocimientos
culturalmente valiosos un ejercicio de derechos; en cada títere que cobra vida en
una mano pequeñita; en cada movimiento de los cuerpos al son de los ritmos de
nuestra tierra; en cada canción; en cada abrazo tierno de una docente; en cada
pincelada de témpera sobre la hoja blanca; en cada trazo del nombre escrito por
primera vez. Ahí estaremos, siendo Estado, siendo sostén, siendo cobijo y punta de
lanza para volver a reconstruir lo conquistado, para ir por más, porque nunca es
suficiente y nadie, nunca, puede arrebatarnos nuestra identidad. 

Buenos Aires, Argentina. Abril de 2024

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