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Somos felices de danzarnos

Autoría: Gabriel Silva Viches

Comprender el cuerpo como un territorio soberano, comprender los privilegios de ser hombre en sociedades patriarcales y disfrutar la crianza como un espacio de amor, cualquier interacción debiese venir desde el respeto y el disfrute. Acompañar en la crianza a una niña, al parecer supone un doble trabajo de reflexión, movimiento y análisis de las estéticas cotidianas presentadas en nuestra cultura.

¿Papá me bailas? – me preguntó mientras se subía a una silla y yo barría el comedor.
¿Quieres que te baile? – pregunté con una sonrisa, solo para ver su expresión de felicidad. (Me

encanta ver como sus ojos sonríen cuando algo le alegra)

Sí, me bailas – afirmó mirándome encogiéndose de hombros y sonriendo con todo su rostro.

Y bailé, sin música aparente bailé, una vez más bailé en los espacios de la casa, entre las plantas y muebles, los que nos han acompañado ya casi cinco meses todos los días, todo el día.

Mientras yo disfrutaba del movimiento, ella estiraba sus brazos para que la tomara y bailara con ella, creo que es uno de los hechos que más me emociona, el que quiera unirse a mi movimiento.

Espero un par de segundos para responder a su petición y la tomo en brazos. Dimos vueltas, nos abrazamos, nos miramos y reímos; luego por separado saltamos, intentamos imitar movimientos de ballet, movimientos que a ella le encantan y fuimos felices de danzarnos.

Sigue haciendo sus cosas, se va a su pieza, yo sigo barriendo el comedor. Mientras lo hago pienso lo feliz que me hace bailar, más aún con mis hijes y que disfruten de hacerlo.

Pienso en la posibilidad de su biografía de 3 años, teñida de la historia familiar de su madre y de su padre y en ello la posibilidad que tiene libremente de pedirle a su papá, a su figura masculina que le baile, a sabiendas que la respuesta será positiva, en la naturalización del movimiento que a sus cortos años ha podido sentir y hacerlo parte de sus decisiones cotidianas de bailar, con otros, con otras y cuando quiera moverse libremente en compañía de sus sentires, emociones, pensamientos y espiritualidades.

Pienso en su cuerpo libre y en la posibilidad que el papá le baile o que baile conmigo, pienso en que ojalá sienta esa libertad de moverse siempre, cuando y donde quiera, pienso que todos los niños y todas las niñas puedan hacerlo, sin miedos, sin prejuicios creados y con toda la libertad que sus cuerpos merecen.

Y no puedo dejar de pensar en la crianza de una niña, en una sociedad donde las desigualdades de género, con las cuales nos vemos relacionades todo los días y a cada instante, desde borrar este texto cuando me doy cuenta que aún en algunos momentos organizo en el escrito a ella y ellos en una sola palabra masculinizada, hasta las injusticias legales en la femicidios y en suicidios feminicida.

Ser papá y relacionarnos con nuestros hijes desde el respeto, el amor, la comprensión, aceptación y expresión de nuestras emociones, supone ser tarea fácil, ya que son inherencias del ser humano. Sin embargo, se nos ha enseñado-obligado a reprimir la emoción y superponer la razón como un mapa absoluto, que nos traza el camino que debemos andar para cumplir las metas impuestas de una sociedad patriarcal que nunca ha tenido entre sus principio humanizarnos, se olvida de la relación compresiva y empática con la otra y el otro, nunca ha tenido la intención de caminar por senderos amorosos y menos por los compasivos.

Qué difícil es mirar atrás y perdonar (nos), que difícil es mirarnos y abrazarnos, que difícil es cambiar aquellas prácticas que se han venido forjando día a día y que a algunes no le permitan bailar cuando sus hijes les piden con amor absoluto que lo hagan.

Nos queda bailarnos, como una forma absoluta de sentirnos y amarnos; nos queda porque no pueden arrebatarnos el sentir; nos queda porque el movimiento es connatural al ser; nos queda porque somos felices de danzarnos.

fotografía

Pies compañía, de Dani Araya

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